La vie.

A finales de 1998, ser una mujer emocionalmente dispersa, y recién absorbida por este remolino de océanos que es Madrid, sin ninguna duda me proporcionó miedos, impulsos volátiles de valor y optimismo, pero sobre todo la seguridad de que los siguientes años iban a ser emocionantes, cambiantes, decisivos. La letra capital de un pergamino desafiante.

En Madrid sólo hay absolución para un pecado epidémico. La prisa. Que convierte a los hombres grises de Momo en agentes reales. Nativos apoderados de nuestro tiempo.

En el Madrid más callejero, cada cual trae el olor de su orilla.
Y su antídoto.

Un instrumento Uruguayo que asoma por la cremallera de la mochila y se arranca con una de Sabina. Y me siento afortunada de no perderme en el infinito del vagón, en esta hilera de cordones aburridos. Y me siento afortunada por saber disfrutar de ese momento. Y sonreímos al encontrarnos unos minutos, sabiendo que no nos veremos otra vez por estos ríos.

Y él se deja llevar, y yo atravieso contracorriente. Y me siento un torpe salmón subiendo las escaleras mecánicas hasta mi pequeña ración de oxigeno libre, con la frase de un buen amigo en la cabeza... akuna matata...

Continuará...

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